El problema de la longitud, es decir la determinación de la longitud geográfica en la que se encuentra un barco cuando navega en alta mar, es posiblemente uno de los problemas científico-técnicos que más tiempo llevó a la humanidad resolver, a pesar de que, tras el comienzo de la navegación oceánica a finales del siglo XV, fue muy pronto evidente su importancia y, en consecuencia, se convirtiese en una cuestión de estado para las potencias navales de la época. Esto ocasionó el establecimiento de suculentos premios para quien fuese capaz de resolver el problema. Se ha escrito mucho sobre el premio establecido por el Parlamento inglés en 1714 que ocasionó la contienda entre el relojero John Harrison y la ciencia oficial de la época, representada por Nevil Maskelyne por aquel entonces Astrónomo Real del observatorio de Greenwich. Pero el primer premio había sido convocado siglos antes por Felipe II en 1567, premio que fue incrementado posteriormente por su hijo Felipe III en 1598. A estos concursos, y a los convocados con posterioridad por otras potencias, se presentaron diversas ideas, hasta la solución final al problema que llegó a mediados del siglo XVIII con la invención por Harrison de un cronómetro capaz de transportar a bordo la hora del meridiano de referencia con suficiente precisión.
Algunas de esas ideas fueron muy relevantes, aunque no fuesen finalmente aplicables en la mar. Una de ellas fue la propuesta de Galileo Galilei presentada en 1612 al concurso convocado por Felipe III. La idea de Galileo consistía en utilizar los eclipses de los satélites de Júpiter, que él mismo había descubierto en enero de 1610, como reloj astronómico: el marino llevaría a bordo las predicciones de las horas a las que ocurrirían esos eclipses de manera que al observarlos durante la travesía sabría la hora del meridiano de referencia. Aunque su idea se demostró impracticable en un barco en movimiento, sí fue el método utilizado durante mucho tiempo para determinar la longitud en tierra firme y mejorar así la cartografía. Después de caer en desuso en este ámbito, los eclipses comenzaron a jugar un papel central en el desarrollo de la mecánica celeste del sistema joviano, tan importante para la astronáutica y la astronomía fundamental, y continúan haciéndolo en nuestros días.
Este libro trata la cuestión del problema de la longitud y, en particular, la contribución de Galileo, de una manera novedosa: no se centra en un único punto de vista, histórico o técnico, sino que trata ambos aspectos. Se dirige pues a una audiencia muy amplia, desde los lectores interesados en la historia de la navegación a los aficionados a la astronomía que se planteen el reto de emular hoy día a Galileo determinando la longitud en la que se encuentran, o incluso deseen contribuir a la mejora del cálculo de las efemérides jovianas, observando eclipses de los satélites de Júpiter mediante un simple telescopio de aficionado.
El libro cuenta con diferentes cuadros técnicos repartidos a lo largo del texto. Cada cuadro contiene información técnica relevante para lo que se discute en el texto general en la zona del libro en la que se encuentra. Con ello hemos pretendido que cada lector pueda elegir el nivel de profundidad en la materia al que quiere llegar.